TRASTORNO DE PERSONALIDAD BORDERLINE Y
DIFUSIÓN DE IDENTIDAD
DIFUSIÓN DE IDENTIDAD
Mg. Ps. Jane Carol Ríos Rojas
El trastorno de personalidad borderline presenta una pauta generalizada de inestabilidad en el estado de ánimo, las relaciones interpersonales y autoimagen, que se hace patente desde el inicio de la edad adulta y que se presenta en diversos contextos. El borderline presenta esfuerzos frenéticos para evitar un abandono real o imaginario, impulsividad, inestabilidad afectiva, ira inapropiada, amenaza o conducta suicida, sentimiento de vacío persistente; trastorno de identidad manifestado por incertidumbre en la autoimagen, orientación sexual, objetivos, tipo de amigos y valores que se desean (Criterios Diagnósticos de la APA, 1995; mencionado por Gonzáles, 2001).
Kernberg (2007) refiere que el paciente borderline presenta una triada típica: difusión de la identidad, primitivismo en la exhibición del afecto y falta de control de impulsos. El borderline se caracteriza principalmente por una difusión de la identidad y por un predominio de operaciones defensivas primitivas que se centran alrededor de la escisión, siendo su dificultad la diferenciación ente las representaciones propias y objetales en el sector idealizado y persecutorio característico de la fase de separación- individuación.
A causa de la difusión de la identidad, todas aquellas personas con trastornos de la personalidad borderline presentan distorsiones graves en las relaciones interpersonales, en especial en las relaciones íntimas con el otro, falta de compromiso consistente con el trabajo o con la profesión, incertidumbre y falta de metas en muchas otras áreas de su vida, incluyendo su vida sexual. La difusión de la identidad, la falta de integración del concepto de los otros están relacionados con un si mismo presuntuoso y patológico. Este si mismo reemplaza la falta de integración de un si mismo normal (Akhtar, 1989; mencionado por Kernberg, 2005).
Con frecuencia presentan una incapacidad para integrar sentimientos de ternura y sexuales, es posible que exhiban una vida sexual caótica con tendencias infantiles y perversas. Los casos más graves pueden presentarse por una inhibición generalizada de todo tipo de respuesta sexual, como consecuencia de una activación insuficiente de las respuestas sensuales en las relaciones tempranas con el cuidador o cuidadora y un predominio de agresión, lo cual interfiere con la sensualidad en lugar de que se adopte con fines agresivos.
Asimismo, presentan falta de tolerancia a la ansiedad, control de impulsos y funcionamiento sublimatorio, reflejando debilidad del YO, así como incapacidad para la consistencia, la persistencia y la creatividad en el empleo.
Algunas personas con este trastorno a pesar de presentar difusión de identidad, muestran un desarrollo suficientemente libre de conflictos en algunas funciones del yo, ciertos compromisos íntimos, capacidad para la gratificación de la dependencia y una mejor adaptación en el empleo.
“El paciente borderline muestra una predominancia de conflictos predípicos y representaciones psíquicas de conflictos predípicos condensadas con representaciones de la fase edípica” (Kernberg, 2005).
Asimismo, Gonzáles (2001) manifiesta que las experiencias catastróficas de los borderline reflejan problemas de identidad, observándose sensaciones de irrealidad, deshumanización, aburrimiento y vacío. La identidad difusa está definida por una falta de integración del concepto del si mismo y de cómo lo perciben los demás. Es relevante su experiencia subjetiva de vacío crónico, autopercepciones contradictorias y dificultad para desarrollar empatía con las personas. Este trastorno se destaca por una falta de cohesión del Yo que se refleja en labilidad afectiva y yoica, falta de tolerancia a la frustración, ansiedad difusa y falla en el control de impulsos, con insuficiente desarrollo de los canales de sublimación.
LA IDENTIDAD, CRISIS DE IDENTIDAD E IDENTIDAD DIFUSA
Erikson formula por primera vez en 1950 los conceptos de identidad del yo normal, crisis de identidad y difusión de la identidad como las características cruciales; respectivamente, de la personalidad normal, la adolescencia y los trastornos severos de la personalidad. Volvió a la definición del concepto de la identidad del yo en 1956, acentuando la importancia del sentimiento consciente de identidad individual, junto con los esfuerzos inconscientes en beneficio de la continuidad de la experiencia del si mismo del individuo. Erikson describe la identidad como una síntesis global de las funciones del yo, y como la consolidación de un sentimiento de solidaridad con los ideales y la identidad de grupo. Asimismo, Erikson recalca que la identidad del yo tiene aspectos conscientes e inconscientes, y que se desarrolla gradualmente, hasta que se produce una consolidación final de su estructura en la adolescencia (Kernberg, 2007).
La adolescencia puede presentarse con una crisis de identidad; es decir, un período de no correspondencia entre la percepción del adolescente por las personas de su entorno inmediato derivada del pasado, y la experiencia del si mismo del adolescente que cambia con relativa rapidez y en donde ésta última, al menos transitoriamente, no corresponde con la percepción que los otros tienen del adolescente. Así, la crisis de identidad se deriva de una falta de confirmación por parte de los otros de la identidad cambiante del adolescente. Esta crisis de identidad es normal; sin embargo, debe diferenciarse de la difusión de la identidad, la patología de la identidad característica de los pacientes borderline.
Erikson (1956), mencionado por Kernberg (2007) describe la difusión de la identidad como una ausencia o pérdida de la capacidad normal de autodefinición, reflejada en una ruptura emocional en momentos de intimidad física, elección de profesión, competencia y necesidad incrementada de una autodefinición psicosocial. Sugiere que la evitación de elecciones como reflejo de tal difusión de la identidad daba lugar al aislamiento, a un sentimiento de vacío interior y a una regresión a identificaciones anteriores. La difusión de la identidad se caracteriza por la incapacidad de intimidad en las relaciones, puesto que la intimidad depende de la autodefinición, y su ausencia desencadena el sentimiento de peligro de fusión o pérdida de identidad que se teme como la mayor calamidad.
La difusión de la identidad también se muestra en la incapacidad de trabajar creativamente y en un fallo en el trabajo. De igual manera, Erikson refiere, como una de las consecuencias de la difusión de la identidad, la elección de una identidad negativa; es decir, un rechazo de los roles sociales normalmente asignados y el establecimiento de una identidad sobre la base de un conjunto de identificaciones socialmente inaceptables, rechazadas y oposicionalmente definidas. Esto se refleja en la promiscuidad, el consumo inapropiado de alcohol y diversas drogas, etc.
Asimismo, Wilkinson-Ryan y Westen (2000), mencionados por Kernberg (2007) al resumir su investigación sobre la perturbación de la identidad en el trastorno borderline de la personalidad concluyen que: “La perturbación de la identidad en los trastornos borderline de la personalidad se caracteriza por un doloroso sentimiento de incoherencia, inconsistencias objetivas en las creencias y conductas, excesiva identificación con grupos o roles y, en menor medida, dificultades en el compromiso con trabajos, valores y objetivos. Estos factores se relacionan con el trastorno de personalidad borderline independientemente de la historia de abuso, aunque una historia de trauma puede contribuir sustancialmente al sentimiento de incoherencia dolorosa asociada con estas tendencias disociativas”.
Es importante la diferenciación entre la crisis de la identidad y la difusión de la misma, teniendo en cuenta que esta última presenta diversas características, reflejando la indecisión en diversas áreas, ruptura emocional, regresión, aislamiento, rechazo a roles sociales, dependencia y falta de autodefinición.
IDENTIDAD Y TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES
Los estados de afecto positivo implican la gratificación sensual del bebé satisfecho al pecho; la estimulación erótica de la piel y la disposición a interacciones eufóricas, “en sintonía” con la madre. Los estados cumbre de afecto negativo implican situaciones de intenso dolor físico, hambre o estímulos dolorosos que desencadenan intensas reacciones de rabia, temor o disgusto, y pueden ocasionar irritabilidad general e hipersensibilidad a la frustración y el dolor. La teoría de las relaciones objetales supone que estos recuerdos afectivos positivos y negativos se construyen de forma separada en la internalización temprana de estas experiencias y, más adelante, se separan o escinden activamente las unas de las otras en un esfuerzo por mantener un campo ideal de experiencia de la relación entre el si mismo y los otros, y por escapar de las experiencias atemorizantes de los estados de afecto negativo. Los estados de afecto negativo tienden a ser proyectados, para evolucionar en el temor a los objetos externos “malos”; mientras que los estados de afecto positivo evolucionan hacia el recuerdo de una relación con objetos “ideales”. Este desarrollo resulta en dos campos importantes, mutuamente divididos, de experiencia psíquica temprana, uno idealizado y otro persecutorio o paranoide. Idealizado en el sentido de un segmento de representaciones puramente positivas del si mismo y el otro, y persecutorio en el sentido de un segmento de representaciones negativas del otro y representaciones amenazantes del si mismo. Esta experiencia de escisión temprana protege a las experiencias idealizadas de ser “contaminadas” por las malas, hasta que evoluciona a un mayor grado de tolerancia al dolor y una evaluación más realista de la realidad externa bajo condiciones dolorosas (Kernberg, 2007), lo cual no ocurre con el paciente borderline.
Este estadio temprano de desarrollo de representaciones psíquicas del si mismo y el otro, con implicaciones motivacionales primarias –el movimiento hacia el placer y para alejarse del dolor- evoluciona en último lugar hacia la integración de estos dos segmentos determinados por cumbres afectivas, una integración facilitada por el desarrollo de capacidades cognitivas y el aprendizaje continuado acerca de los aspectos realistas del si mismo y los otros interactuando en circunstancias de baja activación afectiva. La predominancia normal de las experiencias idealizadas da lugar a una tolerancia frente a la integración de las paranoides, al tiempo que se las neutraliza en el proceso (Kernberg, 2007). Es decir, el niño reconoce poco a poco que tiene aspectos tanto “buenos” como “malos” y así lo hace también la madre y los otros significativos del círculo familiar más inmediato, mientras que los aspectos buenos predominan lo suficiente como para tolerar una visión integrada del si mismo y los otros.
Asimismo, Masterson mencionado por Gonzáles (2001) basado en la teoría de Mahler refiere que en la fase de individuación-separación la madre envía mensajes contradictorios, que primero empuja hacia la autonomía, para luego censurarlos. La disociación del YO se da por la creación de dos aspectos dentro del niño, uno en el que se concentran las experiencias gratificadoras de apoyo y amor incondicional, y otro en el que se graba la frustración por la amenaza de pérdida del cariño y la protección. Por tanto, el niño percibe a su madre de manera parcial, pues las representaciones buenas y malas de ella no están integradas. Esto ocasiona en el borderline un empobrecimiento de la constancia del si mismo y del objeto.
Por otro lado, Klein mencionado por Gonzáles (2001) manifiesta que se da una evolución libidinal hacia la posición depresiva. El niño debe conseguir integrar las partes escindidas de sus objetos internos, lo que permite el surgimiento de la ambivalencia, esto indica que ha superado la fase previa esquizoparanoide, en donde ataca y destruye imaginariamente a los objetos que lo frustran de manera real. Sin embargo, las personas borderline no han logrado consolidar la fase depresiva en donde el niño teme haber dañado a sus objetos, provocándole sentimientos de culpa y deseos de reparar, éstos pacientes sienten nostalgia por la aparición del objeto y es elevada la sensación de no poder reparar el daño hacia el objeto. Es así, como se observa conflictos orales agresivos, donde hay envidia y celos hacia los objetos satisfactores que presentan todo lo bueno que se desea.
Otros autores mencionados por Zelaya, 2007 refieren: Bowlby se apoya en los estudios etológicos proponiendo la teoría del apego, en donde un sistema de respuestas instintivas e innatas (succión, llanto, sonrisa, aferramiento, seguimiento) son motivadores de la respuesta materna. Cuando la madre no está disponible aparece la ansiedad de separación, el comportamiento de protesta, la aflicción y la depresión en el bebé. Winnicott refiere a través de la frase “No hay tal como un bebé” lo importante del medio ambiente; de la investidura emocional de la “madre suficientemente buena”, la función de espejo de la madre, el desarrollo del verdadero y falso si mismo, y que la patología producida por la incapacidad de la madre para responder al gesto espontáneo del bebé por encontrarse deprimida, genera en el bebé una fijación en la dependencia y sometimiento a los deseos de la madre.
Como se percibe, la relación entre madre-hijo marca la personalidad en el desarrollo evolutivo del ser humano. La madre o cuidadora deberá ser “lo suficientemente buena” para gratificar en las diversas necesidades que su hijo presenta, desde el hambre, dolor, afecto y autonomía. La madre tendrá que ser amorosa para desarrollar a un ser humano seguro, con propia identidad y por ende con objetivos de vida. Como se observa, la madre o cuidador del borderline no sería capaz de cumplir estos requisitos, siendo el vínculo madre-hijo inseguro.
Por tanto, cuando no se alcanza el estadio evolutivo de integración de la identidad normal, persiste el estadio evolutivo anterior de disociación o escisión entre un segmento de experiencia idealizado y otro persecutorio. En estas condiciones, las representaciones múltiples y no integradas del si mismo se dividen en un segmento idealizado y otro persecutorio, y las múltiples representaciones de los otros significativos se dividen de forma similar, constituyendo conjuntamente el síndrome de difusión de identidad.
Por consiguiente, el borderline destaca una autoimagen insegura (como expresión de una identidad inmadura y voluble, con sentimientos de vacío; buscando redimir sus acciones precipitadas e impulsivas, para lo que modifica sus autorrepresentaciones en forma de arrepentimiento y/o comportamientos autopunitivos) y representaciones objetales incompatibles “(los imagos internalizados se han creado de forma rudimentaria y extemporánea, dando lugar a aprendizajes abortados con recuerdos conflictivos, actitudes discordantes, necesidades contradictorias, emociones encontradas, impulsos insuficientemente controlados o descontrolados y una relevante inadecuación a la hora de elegir estrategias para resolver los conflictos)”. De igual manera, presenta es una organización dividida (las estructuras internas se encuentran escindidas configurándose como inconsistentes e incongruentes; varían los niveles de conciencia provocando movimientos bruscos de tipo pendular entre recuerdos, percepciones y afectos encontrados; por ello puede tambalearse la estabilidad psíquica tanto en orden interno como en cohesión) (Pedreira, 2007). Es así como, la identidad del borderline se mantendría difusa.
Al no haberse producido una diferenciación estructural más o menos estable en la persona borderline entre su mundo interno y los objetos externos, debido a los déficit afectivos producidos por los vínculos inseguros se destacaría su dificultad para mentalizar; es decir, que no ha podido desarrollar la capacidad para poder diferenciar entre los estados mentales propios y los de los demás, no puede predecir la conducta de los demás, produciendo además síntomas como ansiedad, ambivalencia, así como desorientación y desorganización psíquica.
Es importante reparar los déficit afectivos para que el paciente vaya adquiriendo sus propias señas de identidad de un modo discriminado en relación a las personas que le rodean (Herranz, nombrado por Monzón 2007) ayudándole a que vaya construyendo su experiencia de mentalizar que no pudo construir en su infancia.
ETIOLOGÍA DE LA DIFUSIÓN DE IDENTIDAD
Sobre la etiología de la difusión de identidad, se formula una propuesta que integra los hallazgos sobre la predisposición temperamental al desarrollo de trastorno borderline de la personalidad con factores etiológicos evolutivos tempranos y psicosociales posteriores. La disposición genética a la activación de afecto relacionada con la patología de los sistemas de neurotransmisores, implican especialmente las aminas [amines] biogénicas, tales como los sistemas serotoninérgico, noradrenérgico y dopaminérgico, y éstas pueden determinar una hiperreactividad orgánica a los estímulos dolorosos, representada por un desarrollo excesivo innato del afecto agresivo. Al parecer, la hiperreactividad genéticamente determinada de las áreas cerebrales que implican activación del afecto, especialmente la hiperreactividad de la amígdala, contribuyen a la activación del afecto negativo (deVegvar, Siever y Trestman, 1994; Gurvits, Koenigsberg y Siever, 2000; Silk, 2000; Steinberg, Trestman y Siever, 1994; Stone, 1993a, 1993b; van Reekum, Links y Fedorov, 1994; Yehuda y col., 1994; mencionados por Kernberg, 2007).
Una disposición genética también puede relacionarse en un potencial de inhibición primaria de áreas del cerebro implicadas en el control cognitivo, especialmente de la corteza prefrontal, preorbital y en la porción anterior del cíngulo (áreas implicadas en determinar la capacidad de “control con esfuerzo”) (Posner y col., 2002; mencionados por Kernberg, 2007). Silbersweig y colegas (mencionados por Kernberg, 2007), “en un estudio de neuroimagen colaborativo con el Instituto para los Trastornos de la Personalidad de la Universidad de Cornell, hallaron que los pacientes con trastorno borderline de la personalidad presentaban una actividad aminorada en la corteza dorsolateral, prefrontal y órbitofrontal en contraste con sujetos normales de control durante la presentación de palabras inhibidoras; y había una actividad de la amígdala anormalmente reducida en estos pacientes en condiciones de palabras neutrales”. Por tanto, disposiciones genéticas hacia la activación excesiva de agresividad y la falta de control cognitivo resultarían en una predominancia innata, temperamentalmente dada, del campo negativo de la experiencia temprana, un factor predisponente al desarrollo de difusión de identidad.
Entonces, desde el comienzo de la vida postnatal en adelante, la relación entre el infante y su madre, especialmente en condiciones de activación cumbre del afecto, reflejada en el desarrollo de apego normal o patológico, representaría un determinante predominio del campo negativo de la experiencia afectiva. Bion (1967, 1970) citado por Kernberg (2007), enfatizó la función crucial de la madre en la transformación de las impresiones sensoriales del infante que se proyectan sobre ella en forma de “elementos beta en elementos alfa”, reflejando la capacidad emocional integradora de la madre. La introyección por parte del infante de estos elementos sensoriales modificados determina la tolerancia de éste a las experiencias afectivas negativas tempranas. El fracaso de esta función materna conduce al predominio continuado de la identificación proyectiva patológica, logrando el dominio del segmento paranoide de la experiencia temprana mediante la amplificación de la experiencia afectiva negativa intolerable.
Recientemente, Fonagy y Target (2003) mencionados por Kernberg (2007) proponen que la madre, activando su capacidad normal para “especularizar” congruentemente el afecto dominante del infante (especialmente en condiciones de activación del afecto negativo) al tiempo que señala al infante mediante su “marcación” del afecto con el que puede empatizar sin compartirlo, permite al infante internalizar la experiencia emocional diferenciada, contingente, certera y marcada de la madre. El infante, así, se hace capaz de reflexionar sobre su propia experiencia afectiva, desarrollando en el proceso la función de mentalización normal (Allen y Fonagy, 2006; mencionados por Kernberg, 2007). Cuando la madre es incapaz de marcar sus reacciones congruentes al infante; es decir cuando especularía al infante una intensidad de afecto negativo que parecería reflejar la incapacidad del infante para contenerlo, esta experiencia amplifica el temor del infante a su propio afecto negativo primitivo; campo paranoide. O, cuando la madre es incapaz de especularizar congruentemente el afecto del infante, reflejando así una empatía deficiente con éste, esto también determina una intensidad intolerable del afecto negativo en el infante que no puede ser contenido, lo que también incrementa la dominancia del segmento negativo de la experiencia. Mediante estos mecanismos, por tanto, se refuerza el predominio del afecto negativo y puede dar lugar a una restricción severa de la mentalización ocurrido en el trastorno borderline.
Por ende, las predisposiciones temperamentales reflejadas a través de la hiperreactividad de la amígdala y la inhibición del área prefrontal son factores de riesgo junto con el apego inseguro para la difusión de identidad, al igual que para la organización borderline de la personalidad; pero estos campos necesitan ser claramente diferenciados entre sí. El apego es una secuencia evolutiva de modos concretos de relacionalidad que codeterminan la formación de modelos internos de representaciones del si mismo y el otro (“objeto”). La organización de estas representaciones del si mismo y el otro conduce, a su vez, a la integración de la identidad o a la difusión de identidad. La difusión de identidad es una consolidación estructural, patológica, del mundo internalizado de relaciones objetales, reflejado en una carencia estable de integración del concepto de si mismo y de los otros significativos. La organización borderline de la personalidad es un síndrome psicopatológico específico con aspectos comunes que caracterizan a todos los trastornos severos de personalidad, lo que refleja las consecuencias subjetivas y conductuales de la difusión de identidad y presenta operaciones defensivas secundarias y síntomas que la mantienen .(P. Kernberg, 2004; mencionado por Kernberg, 2007).
El apego inseguro es un importante factor de riesgo para la difusión de identidad, probablemente sobreimpuesto a la disposición temperamental (lo constitucional), y reforzado por otros factores de riesgo psicosociales.
La hipótesis más importante sobre los factores etiológicos que determinan la organización borderline de la personalidad es que, a partir de una predisposición temperamental a la predominancia del afecto negativo y la impulsividad o la falta de control mediante el esfuerzo, el desarrollo del apego desorganizado, la exposición al trauma físico o sexual, el abandono o el caos familiar crónico predisponen a un individuo a una fijación anormal al estadio temprano del desarrollo anterior a la integración de la identidad normal; persiste una escisión general entre las experiencias internalizadas idealizadas y persecutorias bajo la dominancia de los correspondientes estados cumbre de afecto negativo y positivo. Clínicamente, este estado de las cosas es representado por el síndrome de la difusión de identidad, con su falta de integración del concepto del si mismo y la falta de integración de los conceptos de los otros significativos.
Desde un punto de vista clínico, el síndrome de la difusión de identidad explica las características dominantes de la organización borderline de la personalidad. La predominancia de la disociación o escisión primitiva del segmento de experiencia idealizado del paranoide es naturalmente reforzada por operaciones defensivas primitivas íntimamente conectadas con mecanismos de escisión, tales como identificación proyectiva, negación, idealización primitiva, devaluación, omnipotencia y control omnipotente. Todos estos mecanismos de defensa contribuyen a distorsionar las interacciones personales y a crear trastornos crónicos en las relaciones interpersonales, reforzando así la falta de autorreflexión y mentalización en el sentido más amplio, disminuyendo la capacidad de evaluar en profundidad la conducta y motivación de la otra persona –especialmente, bajo el impacto de la activación intensa del afecto. La falta de integración del concepto del si mismo interfiere con una integración abarcativa del pasado y el presente de cara a una capacidad para predecir la propia conducta futura, y disminuye la capacidad para el compromiso estable con los objetivos profesionales, intereses personales, trabajo y funciones sociales y relaciones íntimas.
La falta de integración del concepto de los otros significativos interfiere con las capacidades para evaluar a los otros con realismo y para seleccionar compañeros armoniosos con las expectativas reales del individuo, y con el investimento que se hace de los otros, repercutiendo en la vida sexual. Toda excitación sexual implica un componente agresivo (O. Kernberg, 1995).
Finalmente, se percibe que diversos autores enfatizan más el rol y función materno en la génesis del síndrome borderline y su difusión de identidad, teniendo en cuenta la predisposición constitucional y los factores de riesgo psicosocial. Por ende, la difusión de la identidad puede causar los síntomas generales del trastorno borderline de la personalidad mencionados anteriormente.
CONCLUSIONES
El trastorno borderline de personalidad presenta diversos síntomas, uno de ellos el trastorno de identidad, siendo descrito por Erikson como “difusión de identidad”.
La difusión de la identidad en el trastorno borderline, se da a causa de la relación establecida con la madre o cuidador, explicada por diversas teorías, en especial la teoría del vínculo y la de las relaciones objetales. El bebé con ayuda de los cuidadores y atenciones de su madre deberá superar diversas etapas para lograr la integración de dos percepciones : “lo bueno y lo malo”; sin embargo, el borderline no lo lograría, dando sus primeros indicios de desintegración de la identidad.
La difusión de la identidad refleja la representación desorganizada del si mismo y el de los otros a causa de los mecanismos de escisión generando disposiciones afectivas polares: de amor- odio.
La relación entre madre-hijo marca la personalidad en el desarrollo evolutivo del ser humano. La madre o cuidadora debera ser “lo suficientemente buena” para gratificar en las diversas necesidades que su hijo presenta, desde el hambre, dolor, afecto y autonomía. La madre tendría que ser amorosa para desarrollar a un ser humano seguro, con propia identidad y por ende con objetivos de vida. Por tanto, la madre o cuidador del borderline no sería capaz de cumplir estos requisitos, siendo el vínculo madre e hijo inseguro.
Teniendo en cuenta otros factores etiológicos, se considera que las predisposiciones temperamentales reflejadas a través de la hiperactividad de la amígdala y la inhibición del área prefontral son factores se riesgo junto con el apego inseguro para la difusión de la identidad.
La difusión de la identidad, al parecer, causa los síntomas considerados en los criteros diagnósticos del trastorno borderline de la APA, reflejándose sensaciones de irrealidad, inestabilidad afectiva, sentimientos de vacío profundo, intentos suicidas, abuso de alcohol y drogas; entre otros.
Se debe considerar enfáticamente durante el tratamiento psicoterapéutico del paciente borderline la integración de su identidad que no pudo consolidar durante su infancia.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
§ Gonzáles, J. (2001). Psicopatología de la adolescencia. Editorial Manual Moderno. México.
§ Kernberg, O. (2005) Agresividad, Narcisismo y autodestrucción en la relación psicoterapéutica. Manual Moderno. México.
§ Kernberg, O. (2007) Instituto de Trastornos de la Personalidad. Revista de Psicoanálisis. Apertura Psicoanalítica. Abril 2007 - No. 25 Identidad: hallazgos recientes e implicaciones clínicas. http://www.aperturas.org/25kernberg.html
§ Monzón, S. (2007) "Psicoterapia psicodramática bipersonal: reconstruyendo la identidad y los déficits afectivos en los Trastornos Límite de la Personalidad. Un nombre propio".http://www.psicodrama.es/articulos/identidadydeficitentrastornoborderlinedelapersonalidad.php
§ Pedreira, J. (2007). La (re)organización estructural en la adolescencia: ¿Hacia una comprensión psicopatológica de los trastornos borderline de la personalidad?. Artículos Médicos. http://webs.ono.com/trlipe/documentos_pedreiramassa01.html
§ Zelaya, C. (2007). Psicopatología del Niño. Clase 2007-II de Maestría en Psicología con mención en prevención e intervención en niños y adolescentes. Universidad Femenina del Sagrado Corazón. Lima.
El trastorno de personalidad borderline presenta una pauta generalizada de inestabilidad en el estado de ánimo, las relaciones interpersonales y autoimagen, que se hace patente desde el inicio de la edad adulta y que se presenta en diversos contextos. El borderline presenta esfuerzos frenéticos para evitar un abandono real o imaginario, impulsividad, inestabilidad afectiva, ira inapropiada, amenaza o conducta suicida, sentimiento de vacío persistente; trastorno de identidad manifestado por incertidumbre en la autoimagen, orientación sexual, objetivos, tipo de amigos y valores que se desean (Criterios Diagnósticos de la APA, 1995; mencionado por Gonzáles, 2001).
Kernberg (2007) refiere que el paciente borderline presenta una triada típica: difusión de la identidad, primitivismo en la exhibición del afecto y falta de control de impulsos. El borderline se caracteriza principalmente por una difusión de la identidad y por un predominio de operaciones defensivas primitivas que se centran alrededor de la escisión, siendo su dificultad la diferenciación ente las representaciones propias y objetales en el sector idealizado y persecutorio característico de la fase de separación- individuación.
A causa de la difusión de la identidad, todas aquellas personas con trastornos de la personalidad borderline presentan distorsiones graves en las relaciones interpersonales, en especial en las relaciones íntimas con el otro, falta de compromiso consistente con el trabajo o con la profesión, incertidumbre y falta de metas en muchas otras áreas de su vida, incluyendo su vida sexual. La difusión de la identidad, la falta de integración del concepto de los otros están relacionados con un si mismo presuntuoso y patológico. Este si mismo reemplaza la falta de integración de un si mismo normal (Akhtar, 1989; mencionado por Kernberg, 2005).
Con frecuencia presentan una incapacidad para integrar sentimientos de ternura y sexuales, es posible que exhiban una vida sexual caótica con tendencias infantiles y perversas. Los casos más graves pueden presentarse por una inhibición generalizada de todo tipo de respuesta sexual, como consecuencia de una activación insuficiente de las respuestas sensuales en las relaciones tempranas con el cuidador o cuidadora y un predominio de agresión, lo cual interfiere con la sensualidad en lugar de que se adopte con fines agresivos.
Asimismo, presentan falta de tolerancia a la ansiedad, control de impulsos y funcionamiento sublimatorio, reflejando debilidad del YO, así como incapacidad para la consistencia, la persistencia y la creatividad en el empleo.
Algunas personas con este trastorno a pesar de presentar difusión de identidad, muestran un desarrollo suficientemente libre de conflictos en algunas funciones del yo, ciertos compromisos íntimos, capacidad para la gratificación de la dependencia y una mejor adaptación en el empleo.
“El paciente borderline muestra una predominancia de conflictos predípicos y representaciones psíquicas de conflictos predípicos condensadas con representaciones de la fase edípica” (Kernberg, 2005).
Asimismo, Gonzáles (2001) manifiesta que las experiencias catastróficas de los borderline reflejan problemas de identidad, observándose sensaciones de irrealidad, deshumanización, aburrimiento y vacío. La identidad difusa está definida por una falta de integración del concepto del si mismo y de cómo lo perciben los demás. Es relevante su experiencia subjetiva de vacío crónico, autopercepciones contradictorias y dificultad para desarrollar empatía con las personas. Este trastorno se destaca por una falta de cohesión del Yo que se refleja en labilidad afectiva y yoica, falta de tolerancia a la frustración, ansiedad difusa y falla en el control de impulsos, con insuficiente desarrollo de los canales de sublimación.
LA IDENTIDAD, CRISIS DE IDENTIDAD E IDENTIDAD DIFUSA
Erikson formula por primera vez en 1950 los conceptos de identidad del yo normal, crisis de identidad y difusión de la identidad como las características cruciales; respectivamente, de la personalidad normal, la adolescencia y los trastornos severos de la personalidad. Volvió a la definición del concepto de la identidad del yo en 1956, acentuando la importancia del sentimiento consciente de identidad individual, junto con los esfuerzos inconscientes en beneficio de la continuidad de la experiencia del si mismo del individuo. Erikson describe la identidad como una síntesis global de las funciones del yo, y como la consolidación de un sentimiento de solidaridad con los ideales y la identidad de grupo. Asimismo, Erikson recalca que la identidad del yo tiene aspectos conscientes e inconscientes, y que se desarrolla gradualmente, hasta que se produce una consolidación final de su estructura en la adolescencia (Kernberg, 2007).
La adolescencia puede presentarse con una crisis de identidad; es decir, un período de no correspondencia entre la percepción del adolescente por las personas de su entorno inmediato derivada del pasado, y la experiencia del si mismo del adolescente que cambia con relativa rapidez y en donde ésta última, al menos transitoriamente, no corresponde con la percepción que los otros tienen del adolescente. Así, la crisis de identidad se deriva de una falta de confirmación por parte de los otros de la identidad cambiante del adolescente. Esta crisis de identidad es normal; sin embargo, debe diferenciarse de la difusión de la identidad, la patología de la identidad característica de los pacientes borderline.
Erikson (1956), mencionado por Kernberg (2007) describe la difusión de la identidad como una ausencia o pérdida de la capacidad normal de autodefinición, reflejada en una ruptura emocional en momentos de intimidad física, elección de profesión, competencia y necesidad incrementada de una autodefinición psicosocial. Sugiere que la evitación de elecciones como reflejo de tal difusión de la identidad daba lugar al aislamiento, a un sentimiento de vacío interior y a una regresión a identificaciones anteriores. La difusión de la identidad se caracteriza por la incapacidad de intimidad en las relaciones, puesto que la intimidad depende de la autodefinición, y su ausencia desencadena el sentimiento de peligro de fusión o pérdida de identidad que se teme como la mayor calamidad.
La difusión de la identidad también se muestra en la incapacidad de trabajar creativamente y en un fallo en el trabajo. De igual manera, Erikson refiere, como una de las consecuencias de la difusión de la identidad, la elección de una identidad negativa; es decir, un rechazo de los roles sociales normalmente asignados y el establecimiento de una identidad sobre la base de un conjunto de identificaciones socialmente inaceptables, rechazadas y oposicionalmente definidas. Esto se refleja en la promiscuidad, el consumo inapropiado de alcohol y diversas drogas, etc.
Asimismo, Wilkinson-Ryan y Westen (2000), mencionados por Kernberg (2007) al resumir su investigación sobre la perturbación de la identidad en el trastorno borderline de la personalidad concluyen que: “La perturbación de la identidad en los trastornos borderline de la personalidad se caracteriza por un doloroso sentimiento de incoherencia, inconsistencias objetivas en las creencias y conductas, excesiva identificación con grupos o roles y, en menor medida, dificultades en el compromiso con trabajos, valores y objetivos. Estos factores se relacionan con el trastorno de personalidad borderline independientemente de la historia de abuso, aunque una historia de trauma puede contribuir sustancialmente al sentimiento de incoherencia dolorosa asociada con estas tendencias disociativas”.
Es importante la diferenciación entre la crisis de la identidad y la difusión de la misma, teniendo en cuenta que esta última presenta diversas características, reflejando la indecisión en diversas áreas, ruptura emocional, regresión, aislamiento, rechazo a roles sociales, dependencia y falta de autodefinición.
IDENTIDAD Y TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES
Los estados de afecto positivo implican la gratificación sensual del bebé satisfecho al pecho; la estimulación erótica de la piel y la disposición a interacciones eufóricas, “en sintonía” con la madre. Los estados cumbre de afecto negativo implican situaciones de intenso dolor físico, hambre o estímulos dolorosos que desencadenan intensas reacciones de rabia, temor o disgusto, y pueden ocasionar irritabilidad general e hipersensibilidad a la frustración y el dolor. La teoría de las relaciones objetales supone que estos recuerdos afectivos positivos y negativos se construyen de forma separada en la internalización temprana de estas experiencias y, más adelante, se separan o escinden activamente las unas de las otras en un esfuerzo por mantener un campo ideal de experiencia de la relación entre el si mismo y los otros, y por escapar de las experiencias atemorizantes de los estados de afecto negativo. Los estados de afecto negativo tienden a ser proyectados, para evolucionar en el temor a los objetos externos “malos”; mientras que los estados de afecto positivo evolucionan hacia el recuerdo de una relación con objetos “ideales”. Este desarrollo resulta en dos campos importantes, mutuamente divididos, de experiencia psíquica temprana, uno idealizado y otro persecutorio o paranoide. Idealizado en el sentido de un segmento de representaciones puramente positivas del si mismo y el otro, y persecutorio en el sentido de un segmento de representaciones negativas del otro y representaciones amenazantes del si mismo. Esta experiencia de escisión temprana protege a las experiencias idealizadas de ser “contaminadas” por las malas, hasta que evoluciona a un mayor grado de tolerancia al dolor y una evaluación más realista de la realidad externa bajo condiciones dolorosas (Kernberg, 2007), lo cual no ocurre con el paciente borderline.
Este estadio temprano de desarrollo de representaciones psíquicas del si mismo y el otro, con implicaciones motivacionales primarias –el movimiento hacia el placer y para alejarse del dolor- evoluciona en último lugar hacia la integración de estos dos segmentos determinados por cumbres afectivas, una integración facilitada por el desarrollo de capacidades cognitivas y el aprendizaje continuado acerca de los aspectos realistas del si mismo y los otros interactuando en circunstancias de baja activación afectiva. La predominancia normal de las experiencias idealizadas da lugar a una tolerancia frente a la integración de las paranoides, al tiempo que se las neutraliza en el proceso (Kernberg, 2007). Es decir, el niño reconoce poco a poco que tiene aspectos tanto “buenos” como “malos” y así lo hace también la madre y los otros significativos del círculo familiar más inmediato, mientras que los aspectos buenos predominan lo suficiente como para tolerar una visión integrada del si mismo y los otros.
Asimismo, Masterson mencionado por Gonzáles (2001) basado en la teoría de Mahler refiere que en la fase de individuación-separación la madre envía mensajes contradictorios, que primero empuja hacia la autonomía, para luego censurarlos. La disociación del YO se da por la creación de dos aspectos dentro del niño, uno en el que se concentran las experiencias gratificadoras de apoyo y amor incondicional, y otro en el que se graba la frustración por la amenaza de pérdida del cariño y la protección. Por tanto, el niño percibe a su madre de manera parcial, pues las representaciones buenas y malas de ella no están integradas. Esto ocasiona en el borderline un empobrecimiento de la constancia del si mismo y del objeto.
Por otro lado, Klein mencionado por Gonzáles (2001) manifiesta que se da una evolución libidinal hacia la posición depresiva. El niño debe conseguir integrar las partes escindidas de sus objetos internos, lo que permite el surgimiento de la ambivalencia, esto indica que ha superado la fase previa esquizoparanoide, en donde ataca y destruye imaginariamente a los objetos que lo frustran de manera real. Sin embargo, las personas borderline no han logrado consolidar la fase depresiva en donde el niño teme haber dañado a sus objetos, provocándole sentimientos de culpa y deseos de reparar, éstos pacientes sienten nostalgia por la aparición del objeto y es elevada la sensación de no poder reparar el daño hacia el objeto. Es así, como se observa conflictos orales agresivos, donde hay envidia y celos hacia los objetos satisfactores que presentan todo lo bueno que se desea.
Otros autores mencionados por Zelaya, 2007 refieren: Bowlby se apoya en los estudios etológicos proponiendo la teoría del apego, en donde un sistema de respuestas instintivas e innatas (succión, llanto, sonrisa, aferramiento, seguimiento) son motivadores de la respuesta materna. Cuando la madre no está disponible aparece la ansiedad de separación, el comportamiento de protesta, la aflicción y la depresión en el bebé. Winnicott refiere a través de la frase “No hay tal como un bebé” lo importante del medio ambiente; de la investidura emocional de la “madre suficientemente buena”, la función de espejo de la madre, el desarrollo del verdadero y falso si mismo, y que la patología producida por la incapacidad de la madre para responder al gesto espontáneo del bebé por encontrarse deprimida, genera en el bebé una fijación en la dependencia y sometimiento a los deseos de la madre.
Como se percibe, la relación entre madre-hijo marca la personalidad en el desarrollo evolutivo del ser humano. La madre o cuidadora deberá ser “lo suficientemente buena” para gratificar en las diversas necesidades que su hijo presenta, desde el hambre, dolor, afecto y autonomía. La madre tendrá que ser amorosa para desarrollar a un ser humano seguro, con propia identidad y por ende con objetivos de vida. Como se observa, la madre o cuidador del borderline no sería capaz de cumplir estos requisitos, siendo el vínculo madre-hijo inseguro.
Por tanto, cuando no se alcanza el estadio evolutivo de integración de la identidad normal, persiste el estadio evolutivo anterior de disociación o escisión entre un segmento de experiencia idealizado y otro persecutorio. En estas condiciones, las representaciones múltiples y no integradas del si mismo se dividen en un segmento idealizado y otro persecutorio, y las múltiples representaciones de los otros significativos se dividen de forma similar, constituyendo conjuntamente el síndrome de difusión de identidad.
Por consiguiente, el borderline destaca una autoimagen insegura (como expresión de una identidad inmadura y voluble, con sentimientos de vacío; buscando redimir sus acciones precipitadas e impulsivas, para lo que modifica sus autorrepresentaciones en forma de arrepentimiento y/o comportamientos autopunitivos) y representaciones objetales incompatibles “(los imagos internalizados se han creado de forma rudimentaria y extemporánea, dando lugar a aprendizajes abortados con recuerdos conflictivos, actitudes discordantes, necesidades contradictorias, emociones encontradas, impulsos insuficientemente controlados o descontrolados y una relevante inadecuación a la hora de elegir estrategias para resolver los conflictos)”. De igual manera, presenta es una organización dividida (las estructuras internas se encuentran escindidas configurándose como inconsistentes e incongruentes; varían los niveles de conciencia provocando movimientos bruscos de tipo pendular entre recuerdos, percepciones y afectos encontrados; por ello puede tambalearse la estabilidad psíquica tanto en orden interno como en cohesión) (Pedreira, 2007). Es así como, la identidad del borderline se mantendría difusa.
Al no haberse producido una diferenciación estructural más o menos estable en la persona borderline entre su mundo interno y los objetos externos, debido a los déficit afectivos producidos por los vínculos inseguros se destacaría su dificultad para mentalizar; es decir, que no ha podido desarrollar la capacidad para poder diferenciar entre los estados mentales propios y los de los demás, no puede predecir la conducta de los demás, produciendo además síntomas como ansiedad, ambivalencia, así como desorientación y desorganización psíquica.
Es importante reparar los déficit afectivos para que el paciente vaya adquiriendo sus propias señas de identidad de un modo discriminado en relación a las personas que le rodean (Herranz, nombrado por Monzón 2007) ayudándole a que vaya construyendo su experiencia de mentalizar que no pudo construir en su infancia.
ETIOLOGÍA DE LA DIFUSIÓN DE IDENTIDAD
Sobre la etiología de la difusión de identidad, se formula una propuesta que integra los hallazgos sobre la predisposición temperamental al desarrollo de trastorno borderline de la personalidad con factores etiológicos evolutivos tempranos y psicosociales posteriores. La disposición genética a la activación de afecto relacionada con la patología de los sistemas de neurotransmisores, implican especialmente las aminas [amines] biogénicas, tales como los sistemas serotoninérgico, noradrenérgico y dopaminérgico, y éstas pueden determinar una hiperreactividad orgánica a los estímulos dolorosos, representada por un desarrollo excesivo innato del afecto agresivo. Al parecer, la hiperreactividad genéticamente determinada de las áreas cerebrales que implican activación del afecto, especialmente la hiperreactividad de la amígdala, contribuyen a la activación del afecto negativo (deVegvar, Siever y Trestman, 1994; Gurvits, Koenigsberg y Siever, 2000; Silk, 2000; Steinberg, Trestman y Siever, 1994; Stone, 1993a, 1993b; van Reekum, Links y Fedorov, 1994; Yehuda y col., 1994; mencionados por Kernberg, 2007).
Una disposición genética también puede relacionarse en un potencial de inhibición primaria de áreas del cerebro implicadas en el control cognitivo, especialmente de la corteza prefrontal, preorbital y en la porción anterior del cíngulo (áreas implicadas en determinar la capacidad de “control con esfuerzo”) (Posner y col., 2002; mencionados por Kernberg, 2007). Silbersweig y colegas (mencionados por Kernberg, 2007), “en un estudio de neuroimagen colaborativo con el Instituto para los Trastornos de la Personalidad de la Universidad de Cornell, hallaron que los pacientes con trastorno borderline de la personalidad presentaban una actividad aminorada en la corteza dorsolateral, prefrontal y órbitofrontal en contraste con sujetos normales de control durante la presentación de palabras inhibidoras; y había una actividad de la amígdala anormalmente reducida en estos pacientes en condiciones de palabras neutrales”. Por tanto, disposiciones genéticas hacia la activación excesiva de agresividad y la falta de control cognitivo resultarían en una predominancia innata, temperamentalmente dada, del campo negativo de la experiencia temprana, un factor predisponente al desarrollo de difusión de identidad.
Entonces, desde el comienzo de la vida postnatal en adelante, la relación entre el infante y su madre, especialmente en condiciones de activación cumbre del afecto, reflejada en el desarrollo de apego normal o patológico, representaría un determinante predominio del campo negativo de la experiencia afectiva. Bion (1967, 1970) citado por Kernberg (2007), enfatizó la función crucial de la madre en la transformación de las impresiones sensoriales del infante que se proyectan sobre ella en forma de “elementos beta en elementos alfa”, reflejando la capacidad emocional integradora de la madre. La introyección por parte del infante de estos elementos sensoriales modificados determina la tolerancia de éste a las experiencias afectivas negativas tempranas. El fracaso de esta función materna conduce al predominio continuado de la identificación proyectiva patológica, logrando el dominio del segmento paranoide de la experiencia temprana mediante la amplificación de la experiencia afectiva negativa intolerable.
Recientemente, Fonagy y Target (2003) mencionados por Kernberg (2007) proponen que la madre, activando su capacidad normal para “especularizar” congruentemente el afecto dominante del infante (especialmente en condiciones de activación del afecto negativo) al tiempo que señala al infante mediante su “marcación” del afecto con el que puede empatizar sin compartirlo, permite al infante internalizar la experiencia emocional diferenciada, contingente, certera y marcada de la madre. El infante, así, se hace capaz de reflexionar sobre su propia experiencia afectiva, desarrollando en el proceso la función de mentalización normal (Allen y Fonagy, 2006; mencionados por Kernberg, 2007). Cuando la madre es incapaz de marcar sus reacciones congruentes al infante; es decir cuando especularía al infante una intensidad de afecto negativo que parecería reflejar la incapacidad del infante para contenerlo, esta experiencia amplifica el temor del infante a su propio afecto negativo primitivo; campo paranoide. O, cuando la madre es incapaz de especularizar congruentemente el afecto del infante, reflejando así una empatía deficiente con éste, esto también determina una intensidad intolerable del afecto negativo en el infante que no puede ser contenido, lo que también incrementa la dominancia del segmento negativo de la experiencia. Mediante estos mecanismos, por tanto, se refuerza el predominio del afecto negativo y puede dar lugar a una restricción severa de la mentalización ocurrido en el trastorno borderline.
Por ende, las predisposiciones temperamentales reflejadas a través de la hiperreactividad de la amígdala y la inhibición del área prefrontal son factores de riesgo junto con el apego inseguro para la difusión de identidad, al igual que para la organización borderline de la personalidad; pero estos campos necesitan ser claramente diferenciados entre sí. El apego es una secuencia evolutiva de modos concretos de relacionalidad que codeterminan la formación de modelos internos de representaciones del si mismo y el otro (“objeto”). La organización de estas representaciones del si mismo y el otro conduce, a su vez, a la integración de la identidad o a la difusión de identidad. La difusión de identidad es una consolidación estructural, patológica, del mundo internalizado de relaciones objetales, reflejado en una carencia estable de integración del concepto de si mismo y de los otros significativos. La organización borderline de la personalidad es un síndrome psicopatológico específico con aspectos comunes que caracterizan a todos los trastornos severos de personalidad, lo que refleja las consecuencias subjetivas y conductuales de la difusión de identidad y presenta operaciones defensivas secundarias y síntomas que la mantienen .(P. Kernberg, 2004; mencionado por Kernberg, 2007).
El apego inseguro es un importante factor de riesgo para la difusión de identidad, probablemente sobreimpuesto a la disposición temperamental (lo constitucional), y reforzado por otros factores de riesgo psicosociales.
La hipótesis más importante sobre los factores etiológicos que determinan la organización borderline de la personalidad es que, a partir de una predisposición temperamental a la predominancia del afecto negativo y la impulsividad o la falta de control mediante el esfuerzo, el desarrollo del apego desorganizado, la exposición al trauma físico o sexual, el abandono o el caos familiar crónico predisponen a un individuo a una fijación anormal al estadio temprano del desarrollo anterior a la integración de la identidad normal; persiste una escisión general entre las experiencias internalizadas idealizadas y persecutorias bajo la dominancia de los correspondientes estados cumbre de afecto negativo y positivo. Clínicamente, este estado de las cosas es representado por el síndrome de la difusión de identidad, con su falta de integración del concepto del si mismo y la falta de integración de los conceptos de los otros significativos.
Desde un punto de vista clínico, el síndrome de la difusión de identidad explica las características dominantes de la organización borderline de la personalidad. La predominancia de la disociación o escisión primitiva del segmento de experiencia idealizado del paranoide es naturalmente reforzada por operaciones defensivas primitivas íntimamente conectadas con mecanismos de escisión, tales como identificación proyectiva, negación, idealización primitiva, devaluación, omnipotencia y control omnipotente. Todos estos mecanismos de defensa contribuyen a distorsionar las interacciones personales y a crear trastornos crónicos en las relaciones interpersonales, reforzando así la falta de autorreflexión y mentalización en el sentido más amplio, disminuyendo la capacidad de evaluar en profundidad la conducta y motivación de la otra persona –especialmente, bajo el impacto de la activación intensa del afecto. La falta de integración del concepto del si mismo interfiere con una integración abarcativa del pasado y el presente de cara a una capacidad para predecir la propia conducta futura, y disminuye la capacidad para el compromiso estable con los objetivos profesionales, intereses personales, trabajo y funciones sociales y relaciones íntimas.
La falta de integración del concepto de los otros significativos interfiere con las capacidades para evaluar a los otros con realismo y para seleccionar compañeros armoniosos con las expectativas reales del individuo, y con el investimento que se hace de los otros, repercutiendo en la vida sexual. Toda excitación sexual implica un componente agresivo (O. Kernberg, 1995).
Finalmente, se percibe que diversos autores enfatizan más el rol y función materno en la génesis del síndrome borderline y su difusión de identidad, teniendo en cuenta la predisposición constitucional y los factores de riesgo psicosocial. Por ende, la difusión de la identidad puede causar los síntomas generales del trastorno borderline de la personalidad mencionados anteriormente.
CONCLUSIONES
El trastorno borderline de personalidad presenta diversos síntomas, uno de ellos el trastorno de identidad, siendo descrito por Erikson como “difusión de identidad”.
La difusión de la identidad en el trastorno borderline, se da a causa de la relación establecida con la madre o cuidador, explicada por diversas teorías, en especial la teoría del vínculo y la de las relaciones objetales. El bebé con ayuda de los cuidadores y atenciones de su madre deberá superar diversas etapas para lograr la integración de dos percepciones : “lo bueno y lo malo”; sin embargo, el borderline no lo lograría, dando sus primeros indicios de desintegración de la identidad.
La difusión de la identidad refleja la representación desorganizada del si mismo y el de los otros a causa de los mecanismos de escisión generando disposiciones afectivas polares: de amor- odio.
La relación entre madre-hijo marca la personalidad en el desarrollo evolutivo del ser humano. La madre o cuidadora debera ser “lo suficientemente buena” para gratificar en las diversas necesidades que su hijo presenta, desde el hambre, dolor, afecto y autonomía. La madre tendría que ser amorosa para desarrollar a un ser humano seguro, con propia identidad y por ende con objetivos de vida. Por tanto, la madre o cuidador del borderline no sería capaz de cumplir estos requisitos, siendo el vínculo madre e hijo inseguro.
Teniendo en cuenta otros factores etiológicos, se considera que las predisposiciones temperamentales reflejadas a través de la hiperactividad de la amígdala y la inhibición del área prefontral son factores se riesgo junto con el apego inseguro para la difusión de la identidad.
La difusión de la identidad, al parecer, causa los síntomas considerados en los criteros diagnósticos del trastorno borderline de la APA, reflejándose sensaciones de irrealidad, inestabilidad afectiva, sentimientos de vacío profundo, intentos suicidas, abuso de alcohol y drogas; entre otros.
Se debe considerar enfáticamente durante el tratamiento psicoterapéutico del paciente borderline la integración de su identidad que no pudo consolidar durante su infancia.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
§ Gonzáles, J. (2001). Psicopatología de la adolescencia. Editorial Manual Moderno. México.
§ Kernberg, O. (2005) Agresividad, Narcisismo y autodestrucción en la relación psicoterapéutica. Manual Moderno. México.
§ Kernberg, O. (2007) Instituto de Trastornos de la Personalidad. Revista de Psicoanálisis. Apertura Psicoanalítica. Abril 2007 - No. 25 Identidad: hallazgos recientes e implicaciones clínicas. http://www.aperturas.org/25kernberg.html
§ Monzón, S. (2007) "Psicoterapia psicodramática bipersonal: reconstruyendo la identidad y los déficits afectivos en los Trastornos Límite de la Personalidad. Un nombre propio".http://www.psicodrama.es/articulos/identidadydeficitentrastornoborderlinedelapersonalidad.php
§ Pedreira, J. (2007). La (re)organización estructural en la adolescencia: ¿Hacia una comprensión psicopatológica de los trastornos borderline de la personalidad?. Artículos Médicos. http://webs.ono.com/trlipe/documentos_pedreiramassa01.html
§ Zelaya, C. (2007). Psicopatología del Niño. Clase 2007-II de Maestría en Psicología con mención en prevención e intervención en niños y adolescentes. Universidad Femenina del Sagrado Corazón. Lima.
Excelente artículo, muy práctico y claro.
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